El príncipe Fatal y el príncipe Fortunépágina 3 / 7
Entretanto, el príncipe Fatal era un portento de ciencia y de dulzura; estaba tan acostumbrado a que lo contradijeran, que no tenía voluntad, y sólo vivía para anticiparse a todos los caprichos de Fortuné. Pero el perverso chico, que se ponía furioso al verlo más hábil que él, no podía soportarlo, y los maestros, para agradar a su joven señor, golpeaban constantemente a Fatal. Finalmente, el cruel niño dijo a la reina que no quería volver a ver a Fatal, y que dejaría de comer hasta que no lo hubieran expulsado de palacio. Ahí ven pues a Fatal en la calle, y como todos temían desagradar al príncipe, nadie quiso acogerlo. Pasó la noche bajo un árbol tiritando de frío, pues era invierno, y sin tener más cena que un trozo de pan que le habían dado por caridad.
A la mañana siguiente, se dijo: «No quiero estar sin hacer nada, trabajaré para ganarme la vida hasta que sea bastante mayor para ir a la guerra. Recuerdo haber leído en las historias que algunos simples soldados habían llegado a ser grandes capitanes; tal vez pueda yo tener la misma fortuna, si soy un hombre íntegro. No tengo padre ni padre, pero Dios es el padre de los huérfanos. Él me dio una leona por nodriza, y no me abandonará.»
Dicho esto, Fatal se levantó y se puso a hacer sus oraciones, pues no dejaba nunca de rezar a Dios por la mañana y por la noche. Cuando rezaba, tenía los ojos bajos, las manos juntas y no movía la cabeza a un lado y a otro. Un campesino que pasaba, al ver a Fatal rezando a Dios de todo corazón, se dijo: «Estoy seguro de que este chico será un honesto criado; me dan ganas de contratarlo para que guarde mis ovejas. Dios me bendecirá a causa de él.» El campesino esperó a que Fatal terminara sus oraciones y le dijo:
-Mi pequeño amigo, ¿quieres guardar mis ovejas? Te daré de comer y cuidaré de ti.
-Con mucho gusto -contestó Fatal-, y procuraré hacer todo lo posible para servirle bien.
Este campesino era un hacendado que tenía muchos empleados que le robaban con frecuencia; su esposa y sus hijos le robaban también. Cuando vieron a Fatal, se pusieron muy contentos y se decían: «Es un niño, hará todo lo que nosotros queramos.»