Cuento de Navidad para incrédulospágina 1 / 2
Hay muchos años atrapados en esta celosía. Lleva por dentro los detalles, las horas, los instantes precisos de todas las historias de todos los abuelos de la ribera oriental. Hoy, como de costumbre, se abre al mundo y los abalorios de la abuela flotan desadvertidos por las callejas y las gárgolas de aquel santuario en ruinas. Vacilan mucho las manos y la boca, pero siempre que se quiere un grito interno, abre la jaula y nos transforma en cuadros plásticos maquillados a la usanza de aquellas viejas consejas.
Te anaranjeaba la tarde el borde interior de los pómulos y sobre tus dientes se dibujaban las imágenes marinas repletas de estela y serena entrega. Todos recordamos la más dulce triquiñuela de nuestras mocedades; cada merced lleva la suya atada a las lágrimas en la noche de año nuevo. Cada tarantín de la calle retrotrae la mano tierna que roza a hurtadillas la piel de alguna muchacha, en medio de la multitud de nombres que dejan huella tras el pasar del tiempo. Yo siempre me ralentizaba cuando iba a tu encuentro, era el señor de los caramelos y vos montada en tu risa me dabas el asisito matinal de las frutas del mercado.
Aquí estás de nuevo -solía decirme- eres: diciembre. La página en blanco, un trago que fluye por ríos de gentes y secretos hermosos que se pasean por la plaza. Que maravillan el rostro bañado de aceites delineados en la majestuosidad de una mueca pícara por entre miles de ojos que destejen al tiempo. Pintores que añaden sonidos, a estos cuadros vivos de Rafael, en la pulcritud de su atardecer entre nosotros. Las gaitas, sus voces mágicas, Renato fabricando con sus dedos, todo el amor del poeta para acariciar la ciudad. El chino Jung que nos regala el silencio con la paz de su mirada. La tercera siesta, que es Bellorín en su asalto al salto y los bardos que recorren los sueños guiados por Blas, quien dispara al cielo versos que regresan en cometas furtivos sobre las paredes que se encienden como cuando amanece en tus ojos. Cada vez que llegas, me retrata profundo el ojo del tigre y tu beduina mirada como luna del desierto.