La bella Lucíapágina 1 / 3
Mangoré se había aficionado a una mujer española, muy bella, llamada Lucía Miranda, que vivía en la fortaleza y estaba casada con Sebastián Hurtado; los dos, naturales de Écija. Continuamente acudía a obsequiarla con toda clase de frutos que en sus tierras se producían, y ella, agradecida, le trataba con afabilidad y cariño, dentro del más perfecto recato. Pero él llegó a sentir por ella una bárbara pasión, e intentó varias veces alejar con pretextos al marido para adueñarse de la esposa; pero siempre había fracasado ante la honestidad de Lucía. Desesperado, trató el cacique indio de soliviantar a su hermano Siripo, convenciéndole de que debían levantarse contra los españoles y exterminarlos, porque se habían adueñado de ellos, que de hecho eran los señores, y los indios, vasallos suyos. Siripo, al principio, se negó, alegando el buen trato recibido y la amistad que les dispensaban; pero ante las razones de su hermano, llegó a quedar convencido, aunque aplazando el levantamiento hasta una ocasión propicia.
La oportunidad se presentó enseguida, con motivo de haber enviado el capitán don Nuño a cuarenta soldados en un bergantín, a las órdenes del capitán Ruiz, yendo también entre, ellos Sebastián Hurtado, para que fuesen a buscar provisiones por aquellas islas, quedando desguarnecido el fuerte. Aprovechó esta circunstancia Mangoré para presentarse en el fuerte con gran cantidad de comida de todas clases: Pescado, carne, manteca y miel, que repartió entre los oficiales y soldados, mientras esperaban sus mil indios armados y emboscados cerca de allí. Los españoles recibieron con agradecimiento las pruebas de amistad del cacique, y después que le hubieron obsequiado, se quedó aquella noche a dormir en la fortaleza. Esperó el traidor a que todos estuvieran dormidos y dio la señal a los emboscados, que, acercándose cautelosamente, prendieron fuego al depósito de municiones, y, matando a los centinelas, penetraron en el fuerte, ayudados desde dentro por la traición del cacique indio. Y cogiendo desprevenidos a los españoles, les iban asesinando en la cama, o donde los encontraban, en medio de la mayor confusión, que les impedía reunirse para organizar una defensa, puesto que estaban mezclados entre los indios dentro y fuera de la fortaleza. Cada español se tenía que defender individualmente, poniendo a juego toda su bravura proverbial. Sobresalió, en especial, don Nuño de Lara, que, abriéndose paso con su espada, que manejaba con gran destreza, entre los indios, llegó a la plaza, y, quedándose en el centro, fue hiriendo y matando a cuantos indios le atacaban. Los acobardó de tal modo su valentía, que no se atrevían a acercarse a él, viendo que caían muertos cuantos llegaban a su alcance, y quedó solo, en pie, rodeado de uninmenso círculo de cadáveres indios. Pero los cobardes caciques decidieron atacarle de lejos y empezaron a tirarle dardos y lanzas, que dejaron su cuerpo arpado y bailado en sangre. Los casos de valor se repetían en cada soldado. El sargento mayor, con una alabarda, pudo llegar hasta la puerta de la fortaleza, rompiendo los grupos indios, que caían muertos a sus pies; pero le lanzaron gran número de flechas y cayó muerto. El capitán Nuño, lleno de heridas, seguía defendiéndose, acudiendo a todas partes, y metiéndose entre las fuerzas enemigas con valor increíble, se abrió paso entre los indios, sembrando la muerte en ellos y llegando hasta Mangoré, que dejó muerto a cuchilladas; mató también a otros caciques y a numerosos indios. Hasta, que, desangrado, cayó él muerto en tierra, cubriendo de gloria su nombre.